lunes, 20 de enero de 2014

La educación sexual en adolescentes está en remojo


Cuando las noticias nos informan que un grupo de menores de edad subió un video en Facebook, grabado por uno de ellos, mientras violaban a una mujer aparentemente inconsciente, como integrantes de una sociedad nos deberíamos estremecer.

Sin embargo, escandalizarse por lo bajo que el mundo ha caído, no debería ser suficiente. Parece que ante casos denigrantes como lo es un abuso sexual, pensamos que “los demás” son los que tienen los antivalores y esos otros deberían asumir las culpas. Casi nunca, o nunca, miramos hacia nuestras familias. Asumimos que todo va muy bien.

Sería conveniente aprovechar las noticias diarias sobre los millones de niñas y mujeres que son violentadas, para revisar a fondo la educación que les estamos dando a nuestros niños y jóvenes. Lamentablemente, muchos padres de familia le siguen delegando la formación sexual de sus hijos e hijas a los docentes, ya sea porque no tienen tiempo o porque no saben cómo hablar de sexo. Al menos, eso es lo que con frecuencia argumentan.

Otros papás, apoyados por instituciones gubernamentales y religiosas, se oponen a que los colegios impartan educación sexual en las aulas, con el pretexto de que son inmorales e incitarían al sexo temprano; ¡grave error que cometen!

Triste conclusión: ni en las casas, ni en los colegios se está educando sexualmente a los menores. Los estamos dejando a la deriva, en una época en que la saturación de sexo y violencia ha llegado a límites de degradación, enviando el mensaje de que la vida sexual debe estar marcada por la irresponsabilidad, la carencia total de afecto y la falta de respeto por uno mismo y por el otro.

¿Nos cabe algo de responsabilidad en el comportamiento sexual de los jóvenes? Claro que sí, ya sea por defecto o por exceso. Bien sea porque los menores reproducen el comportamiento violento de los hombres de la casa, el machismo que transmiten las madres o la indiferencia de una sociedad que ve a sus mujeres golpeadas, explotadas, violadas o asesinadas sin otro gesto de solidaridad que el decir: “pobrecita, ella se lo buscó”.

O bien, porque les decimos a los chicos que “no la embarren con un embarazo” sin explicarles cómo se usa un condón, les prohibimos a las jovencitas tener novio obligándolas a esconderse, o delegamos en nuestra pareja la educación sexual, haciéndole el quite a nuestra obligación como padre o madre.

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