miércoles, 13 de febrero de 2013

¿Es tan malo ser mujer?



“Mariana solo tiene 14 años, pero ya está “prometida”. Dentro de dos días será la ceremonia y está tan asustada que apenas acierta a sonreír. Vive en un pequeño pueblo llamado Sare Yoba en la región de Kolda, al sur de Senegal. Igual que sus vecinas y amigas ha sufrido la mutilación genital femenina. En este país está prohibida desde 1999, pero el peso de la tradición es muy fuerte, así que las madres se llevan a las niñas a Gambia o Guinea y aprovechan para practicarles allí la ablación*.”



Así comienza la nota que publica el diario El País de España donde da a conocer una cifra escalofriante: 70 millones de mujeres africanas han sufrido la ablación y en una treintena de países del continente se sigue practicando a diario, sobre todo en Somalia, Eritrea o Yibuti donde el 90% de mujeres han sufrido la mutilación de sus genitales.


*La mutilación genital femenina o ablación es la extirpación total o parcial de los órganos genitales externos, realizada con fines religiosos, culturales o por cualquier otra razón de carácter patriarcal basada en el desconocimiento de los derechos de las mujeres.


La Organización de Naciones Unidas (ONU) ha hecho múltiples llamados a la comunidad internacional para erradicar esta práctica que viola los derechos humanos fundamentales y pone en peligro la salud de más de 3 millones de niñas y mujeres que se someten a la práctica anualmente.


Las complicaciones de la ablación incluyen dolor agudo (muchas veces es practicada sin anestesia), conmoción, hemorragia, infecciones, ulceraciones, retención de orina, lesiones de los tejidos adyacentes y hasta la muerte. Sin contar los traumas sicológicos y las disfunciones sexuales que padecen estas mujeres durante toda sus vidas.


La ablación femenina constituye uno de los peores crímenes de género que existe en  el mundo y se une a la triste situación de millones de mujeres que también sufren violencia doméstica, violaciones, esclavitud sexual, matrimonios forzados, homicidios o quemaduras por negarse a casarse temprano e incluso, obligación de guardar luto toda la vida cuando enviudan porque “les trajeron mala suerte a sus maridos muertos.

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