En dos películas recientes,
protagonizadas por adolescentes, he escuchado la frase: “la adolescencia es una
porquería”, haciendo referencia a lo difícil y traumática que resulta para
millones de chicos y chicas esta etapa de la vida.
¿En
verdad es tan dura la adolescencia?
Si
refrescamos los cambios que suceden en la adolescencia, de tipo físico,
sicológico, social, religioso y otros más, podríamos darles la razón a los que
afirman que esta transición de la niñez a la adultez coge por sorpresa a los
“niños grandes” que, son niños por cuenta de los papás, o son grandes por
cuenta de los propios adolescentes. Es decir, esta etapa del desarrollo humano
se convierte en un “tira y afloje” entre los adultos y los jovencitos que se
sienten incomprendidos o rechazados por los primeros.
Los
recientes casos de violencia en las principales ciudades del país,
protagonizados por niños y adolescentes, han puesto el dedo en la llaga de una
sociedad que se olvida de sus muchachos y muchachas. Homicidios, hurtos,
extorsiones y otros delitos se suman a la creciente cantidad de embarazos
tempranos, maltrato intrafamiliar, violencia sexual, reclutamiento forzado de
menores y deserción escolar.
Un
chico o chica desocupado, que no está estudiando, en condiciones de pobreza y
vulnerabilidad, excluido, abandonado o carente de amor en su casa, es un
candidato seguro a delinquir o a ser engañado o explotado.
La
prevención desde la primera infancia es uno de los pilares de una adolescencia
sana. Si las condiciones en que viven y crecen los adolescentes son sanas,
podremos soñar en un futuro mejor para nuestros chicos y chicas; de lo
contrario y si no hacemos algo desde ya, tendremos que aceptar tristemente que
la adolescencia “es una porquería”.
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