La agenda que contiene estos compromisos se reforzó en el año 2000, en la Cumbre del Milenio, adicionando otros objetivos, llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), como la erradicación de la pobreza extrema y el hambre; la enseñanza primaria universal; la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres; la lucha contra el VIH/SIDA, paludismo y tuberculosis, y la sostenibilidad del medio ambiente.
La pobreza, según la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, “es el fenómeno social que con mayor fuerza atenta contra el ejercicio de los derechos humanos”. Las desigualdades socioeconómicas, de acceso a la participación en la toma de decisiones, de equidad de género, de acceso a la educación y a un trabajo digno, generacional y étnico, contribuyen a perpetuar la pobreza.
Según el Banco Mundial, es pobre aquella persona que gana menos de 1,25 dólares por día. Se estima que más de mil millones de personas viven con menos de un dólar diario, mientras que el 20% de la humanidad posee el 90% de las riquezas.
¿Cómo afecta la pobreza a la sexualidad?
De igual manera, la violencia de género, el embarazo adolescente y la trata de personas, entre otros problemas mundiales, se incrementan proporcionalmente con los niveles de inequidad y pobreza.
El mejoramiento de los servicios de salud no es suficiente para lograr una cobertura total en salud sexual y reproductiva; es necesario también que se eliminen las barreras socioeconómicas, las desigualdades culturales y la falta de educación básica.
El derecho a la salud es de todos y en la medida en que se reduzcan los niveles de pobreza y se mejoren las condiciones de vida de millones de personas, la sexualidad será el reflejo de un pleno desarrollo humano, y no como sucede ahora, una carga física y emocional que conduce a amarguras, frustraciones y violencia.
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