Nadie parece escapar del “selfie”, la moda de tomarse fotos uno mismo y subirlas a las redes sociales para compartirla con los demás. Desde las grandes celebridades de la farándula hasta los adolescentes, la moda del “selfie” ha trascendido las fronteras de lo privado para convertir nuestras vidas en algo público.
Esperar un “me gusta” es lo más atractivo de publicar lo que uno hace en la fiesta, el nuevo novio que alguien tiene, los zapatos que acaba de comprar o el anuncio de un viaje a la playa. Todo se muestra y se revela; la privacidad pasa a ser cosa del pasado porque existe la necesidad de exhibir lo que antes se guardaba con reserva.
¿Por qué este afán de revelar nuestras vidas a cientos de personas que se conectan por la web? La Dra. Diana Sahovaler de Litvinoff, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) declaró al diario virtual Página 12 que: “el verse en las imágenes y comentarios de las redes sociales, y leer lo que otros opinan de ellas, contribuiría a armar la subjetividad en un intento de reafirmarse”. Y agrega lo siguiente: “alimentar un perfil, esperar la sanción de un referente proyectado en la web, revela no solo la gran dependencia del otro, sino también el intento de manifestar una singularidad y un recorte personal, reconocerse”.
El avance de la tecnología nos permitiría entonces construir nuestra identidad y reafirmarnos en ella: “quién soy yo”. Sin embargo, esta es un arma de doble filo porque somos esclavos de lo que publiquemos en la red virtual. Una foto o un comentario no pueden ser borrados después de haberlo publicado y miles de personas están atentas a la privacidad perdida de los internautas.
Después de la moda del selfie, ha llegado el “after-selfie”, que es nada más y nada menos que tomarse una foto después de la relación sexual y publicarla en instagram, tuitter o facebook. ¿Buscando qué? Quizás el reconocimiento de que se es capaz de tener pareja, o mostrar el rostro ojeroso y despelucado del postcoito. Cualquiera que sea el motivo de este curioso fenómeno, el exhibir las conductas privadas muestra la necesidad de alimentar la curiosidad de los demás para aumentar, a la vez, el deseo individual de ser reconocido por los demás.
El peligro de esta moda cibernética salta a la vista: pérdida total de la vida privada, suplantación de identidades, chantajes, fraudes electrónicos y pederastia. ¿Vale la pena compartir la intimidad con amigos y desconocidos? ¿Son reales los riesgos que exponen los expertos o solo son cantaletas de los mayores? El tiempo lo dirá.
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