Los tratamientos de tipo farmacológico, conductual, religioso, o incluso los que utilizan descargas eléctricas o baños de agua fría, para “tratar” a un homosexual y “convertirlo” en heterosexual, están prohibidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y las asociaciones mundiales de Psicología y Psiquiatría.
Sin embargo, en varios países se conocen casos dramáticos de personas que han sido sometidas a tratamientos polémicos, en el supuesto de que esas terapias de conversión van a resolver una homosexualidad. Ya sea en nombre de una creencia religiosa o moral, los tratamientos pseudo-científicos inducen a “la cura” de una orientación sexual que en realidad no debería tratarse porque en ningún caso es un trastorno mental o físico.
Para la Asociación Psiquiátrica Americana (APA) la terapia “reparadora o de conversión” involucra grandes riesgos para la salud tales como la depresión, ansiedad e inducción al suicidio.
La diversidad sexual no es una patología ni un estilo de vida elegido por la persona. De modo que no puede verse como un problema de salud o una aberración y, por consiguiente, no necesita tratamiento ni corrección.
De hecho, numerosos estudios científicos corroboran el daño que hacen las terapias que buscan “cambiar” al homosexual. En 1973, la APA eliminó de su Manual Diagnóstico a la homosexualidad y dejó de considerarla una enfermedad mental. Años más tarde, en 1990, la OMS la sacó de la Clasificación de Enfermedades.
El respeto por los derechos humanos incluye la aceptación de la diferencia y la tolerancia por dichas diferencias en orientación sexual, género, color de piel o creencias religiosas. Esto es el primer paso para aceptar que somos diversos y que nadie tiene derecho a atentar contra otros porque son diferentes.
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