miércoles, 10 de septiembre de 2014

Una sociedad enferma que mata a los homosexuales

Había una vez un estudiante que decidió darle la cara a una sociedad enferma que considera a los homosexuales como personas enfermas o anormales y que merecen ser excluidos y acosados hasta llevarlos a la desesperación y el suicidio.

Esa es la historia de Sergio Urrego, un adolescente de 16 años, a punto de terminar su bachillerato y con unas ganas intensas de vivir la vida y construir su futuro, sino hubiera sido por la cadena de ob
stáculos crueles que tuvo que sortear junto con sus padres valientes, pero que al final lo agotaron hasta la muerte.

El matoneo que sufrió Sergio y que se hizo visible después de su muerte, gracias a la decisión de su adolorida madre de publicarlo en los medios, es la punta del iceberg que sacude a Colombia y al mundo entero. Lo más doloroso en este caso particular es que el acoso no llegó de sus compañeros de clase, sino de las propias directivas y docentes que, sea por acción u omisión, permitieron que el círculo de abuso y presiones indebidas se hiciera cada vez más estrecho hasta asfixiar a la víctima. Dolorosa verdad que las autoridades tendrán que esclarecer para sentar precedentes.

Ya no deberíamos insistir en que ser homosexual es sinónimo de delincuente, depravado o enfermo; la ciencia afirma categóricamente que la orientación sexual es sólo eso, una atracción afectiva o erótica hacia otra persona, de igual o diferente género, y no hay por qué preguntarle al otro el por qué se siente atraído hacia alguien en especial. Nadie tiene por qué sentirse obligado a “confesar” o explicar su atracción sexual.

Sin embargo, una gran mayoría de personas que aseguran ser tolerantes, miran y tratan a los homosexuales como bichos raros que ejercen mala influencia sobre los niños y jóvenes y merecen quemarse en el infierno. Ese concepto errado y malvado es lo que explica el matoneo de una sociedad enferma que excluye también a los indígenas, a los afrodescendientes, a los discapacitados e incluso a los ancianos.

Si alguien no cumple las expectativas que la sociedad ha establecido para hombres y mujeres, está expuesto al acoso, burlas, desprecio e incluso la muerte. Un amanerado será acosado por ser “gai”, o una niña que quiera jugar fútbol va a ser señalada de “marimacha”. Según  una investigación realizada en 2010, conocida como la línea base de la política pública para garantizar los derechos de la comunidad LGBTI en Bogotá, encontró que el 56% de estas personas ha sido discriminada en colegios y universidades debido a su orientación o identidad sexual.

El informe Forensis de Medicina Legal de 2013 asegura que el acoso por razones sexuales induce al suicidio de igual manera o más que el consumo de alcohol o de sustancias sicoactivas y la edad más vulnerable está entre los 15 y 24 años.

Padres de familia, educadores y toda una sociedad debemos empezar a mirarnos en nuestro interior para sanar el desprecio y rechazo a seres humanos como Sergio, quien escribió en su carta de despedida esta hermosa frase:“mi sexualidad no es mi pecado, es mi paraíso.”

“Prometí nunca quedarme en silencio donde y cuando haya seres humanos soportando sufrimiento y humillación. Siempre debemos tomar partido. La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima. El silencio anima al que atormenta, nunca al atormentado”. Eli Wiesel, Premio Nobel de Paz 1986. 

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