El 17 de mayo se celebra el Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia para conmemorar que el día en que la Organización Mundial de la Salud desclasificó la homosexualidad como un trastorno mental (17 de mayo de 1990).
Desde entonces, la fecha ha sido de gran importancia para los DDHH. Por ejemplo, Francia estrenó su ley de matrimonio para todos (que reconoce el matrimonio igualitario) el 17 de mayor del 2013.
Hoy, 25 años después de la decisión de la OMS, sabemos mucho más sobre la homosexualidad, y podemos afirmar que no hay ningún motivo racional ni lógico para rechazar esta orientación sexual ni ser intolerantes con los homosexuales.
Algunas personas acusan a los homosexuales de tener conductas 'antinaturales' porque, en sus relaciones sexuales, estarían usando partes de sus cuerpos "para lo que no son". Si bien es cierto que, por ejemplo, el ano evolucionó originalmente como un rasgo que sirve para la expulsión de la materia fecal, todos los seres humanos utilizamos distintos órganos de manera exadaptativa: la nariz no evolucionó para sostener gafas, los ojos no evolucionaron para la lectura y la boca no evolucionó para besarnos; todas estas son prácticas que nadie en su sano juicio pretendería tachar de antinaturales, ni condenaría. No hay razones para juzgar con otros estándares las conductas sexuales ejercidas de manera libre y consentida.
Otras personas aseguran que los homosexuales deciden serlo (y que, quién sabe por qué, esa elección sería errónea). Sin embargo, la neurociencia ha encontrado que existen diferencias funcionales, anatómicas y estructurales entre los cerebros de los homosexuales y los heterosexuales.
Ya que existen bases biológicas de la conducta homosexual, decir que las personas elegimos nuestra orientación sexual es simplemente falso. De paso, podemos concluir que la homosexualidad es tan natural como la heterosexualidad.
Otras personas creen que la orientación homosexual puede influir negativamente en la crianza de los niños. Sin embargo, toda la investigación al respecto ha concluido que los hijos de parejas homosexuales no sufren trastornos psicológicos, mentales, físicos, emocionales o de ningún otro tipo en mayor o menor medida que los niños criados por parejas heterosexuales. Así, es claro que la única razón para impedir que los niños vayan a un hogar homoparental sería un prejuicio.
Todo esto nos ofrece más que motivos suficientes para rechazar la homofobia y buscar una sociedad tolerante con los demás, independientemente de quién les guste o a quién amen.
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